Sep 11, 2021 Multimedios Venus Nacionales 0
La pandemia dejo sin pareja a miles de mujeres e hijos sin padres. Son sueños rotos que muchas veces se vuelven desgarradores por el reclamo de derechos sociales y económicos que deben afrontar.
“Decirle a mi hijo Agustín (3) que su padre no iba a volve, fue lo más difícil que tuve que hacer en mi vida”, dice sin consuelo Laura Pavero (44). Hace tres meses quedó viuda, sola con su hijo, que tiene una discapacidad (hipotonía muscular) en su casa de La Plata. El COVID-19 golpeó de lleno a esta familia. “Quedaron truncos todos nuestros proyectos”, lamenta.
El 14 de junio, Martin Di Bastiano (48), herrero ,sintió un dolor en el pecho y fiebre, una sensación similar a la que había atravesado allá por 2017 cuando tuvo neumonía. “Sin obra social, porque estaba en una transición laboral, buscó rápidamente asistencia médica vía la Secretaría de Salud. Esa atención nunca llegó”, asegura Laura. Mientras tanto se hizo el hisopado, que confirmó que era positivo.
Para no contagiar a su hijo, y a su mujer (asmática e hipertensa), se aisló en un cuarto de la casa sin conexión con los demás ambientes. “Los días siguientes lo vi sufrir de malestar, descompostura y debilidad corporal. Finalmente, después de varios reclamos por conseguir la atención necesaria, ingresó al Hospital San Juan de Dios con un cuadro severo de neumonía bilateral”, relata su esposa.
Lo que siguió fue desgarrador. “Me mandó un audio desde terapia diciéndome que lo iban a intubar, pero que iba a luchar para volver a casa con nosotros. Eso no pasó”, llora Laura. Finalmente, en apenas días, murió.
“Tengo un dolor inmenso, y a la vez mucha impotencia. Hace casi dos años que nos cuidábamos, él salía a trabajar porque era el sustento económico de la casa. Resignamos incluso algunas terapias ocupacionales de Agustín, con lo que eso implica, para cuidarnos…. Era joven, era vital, un hombre noble y teníamos miles de sueños los tres juntos”.
“Como un burla del destino’’, dice Laura, el 4 de julio, diez días después de la muerte de Martin, recibió el turno para aplicarse la primera dosis de la vacuna contra el Covid-19.
Para Laura y Agustín empezó una nueva etapa. Aún no tuvo tiempo de procesar el duelo por su necesidades económicas. Solo con apoyo de su familia y amigos, desde hace algunas semanas esta mujer luchadora ocupó el puesto de trabajo de Martín en el área Administrativa del Ministerio de Infraestructura. “Lo hago como legado suyo, para honrarlo, pero además porque lo necesito para sacar adelante la casa. No cuento con los recursos económicos para darle lo mejor a mi hijo”.
Si bien se siente desamparada, no está sola, forma parte del grupo de contención “Viudas del COVID”. Su logo -un corazón sostenido por ambas manos- refleja el duro momento que debieron atravesar, y que intentan transformar en acción.
Su testimonio representa al de otras miles de mujeres que deben seguir adelante con el alma rota. Hasta la fecha, 113.099 personas perdieron su vida en la Argentina a causa del coronavirus, de las cuales 66,090 eran hombres.
Susana Fernández (48) y Martín Mitchell (48) se conocieron en la escuela secundaria: el flechazo se dio cuando apenas tenían 17 años. Se enamoraron, se comprometieron y dieron vida a un hogar. A los 24 años fueron padres, primero de Tomas (23). Luego llegó Valentina (19).
Ella farmacéutica, el contador público, se desarrollaron profesionalmente. Viajaron por el mundo, soñaron juntos, con altos y bajos como la vida misma pero siempre unidos. De manera inesperada, vino la pandemia.
Susana, por ser personal de la salud, obtuvo la primera vacuna para el mes de marzo En cambio su esposo, por su edad, no. La segunda ola del virus se coló por la ventana, desgarrando a la familia.
El 9 de mayo del 2021, Martin mostró los primeros síntomas: fiebre, y dolor de cabeza. “Nos aislamos con mis hijos, cada uno en su cuarto. Nos hisopamos y todos dimos negativo menos Martin”, se lamenta.
Estuvo seis días transitando la enfermedad desde su casa, con asistencia médica telefónica según indicaba el protocolo. “Su cuadro empeoró y lo debieron internar . Empezaron a suministrarle oxígeno por su baja saturación. A la semana ya tenía una neumonía bilateral leve, que luego se convirtió en severa y lo tuvieron que intubar. Ahí no hubo vuelta atrás”, admite Susana.
Martin falleció el 7 de junio de manera abrupta, dejando a Susana viuda -término que no quiere ni pronunciar- , y a dos adolescentes sin su padre. No hubo despedidas cercanas, solo una sensación de impotencia. “No tuvo la misma suerte que yo, este gobierno gestionó las vacunas como quisieron y no como correspondía. Martin murió esperando su vacuna.…”
Los días en la casa de los Fernández-Mitchell no son sencillos. Susana atraviesa el dolor y la impotencia mezcladas con una terrible angustia. Trata de sacar fuerzas, se aferra al recuerdo de ese gran esposo. “Si bien no está presente de manera física, sé que está entre nosotros. Con mis hijos vamos a seguir su legado, él amaba la vida, y así lo vamos a recordar. Además de su profesión, le gustaba el rugby entrenó a distintos clubes y también era un apasionado de los vinos…”
“No es mi caso, pero todos los días me entero de historias terribles de injusticia. Muchas mujeres quedaron vulnerables psicológica, económicamente y laboralmente tras la pérdida de sus maridos. Queremos crear una ONG para que puedan reinsertarse laboralmente”, concluye.
Abel Maximiliano Cardoso (46) y Rosana Mabel Ruiz (50), compartieron 22 años de matrimonio.”Una historia de amor muy bonita, un hombre que me robó el corazón”, dice ella. “Era solidario y un padrazo. Se hizo cargo de mis cuatro hijos. Cuando tuvo una aventura amorosa fuera de la pareja y nació Milagros (6), que decidimos criarla juntos, así éramos”.
Durante toda la pandemia, como policía del destacamento de Merlo y licenciado en Seguridad e Higiene, Abel no paró de trabajar. La segunda semana de mayo le asignaron el control vial en la Plata. “Volvió cansado a casa, y el lunes 21 le asignaron el turno de la primera dosis de vacuna. Esa noche levantó fiebre, pensamos que era por la inoculación”.
Los síntomas persistieron, dio positivo para COVID aunque sin rastros de neumonía. A las 48 horas, lo tuvieron que internar en la Clínica Cruz Paredes y nunca más volvió a casa. No hubo tiempo para el último abrazo. “Solo lo vi cinco minutos en la Unidad de Terapia Intensiva, sufrí mucho por no estar con él. Pedí entrar cuando supe que lo iban a intubar, pero no me autorizaron. A los tres días falleció”.
Además del vacío emocional, Abel era el sustento de familia: le faltaban tres materias para recibirse de abogado. Rosana tiene una actividad tiempo parcial de administrativa. “No me alcanza para sobrevivir. Todavía no tengo la pensión por viuda de policía”, dice.
Milagros es hija biológica de Abel, y con su fallecimiento, Rosana tuvo que iniciar los tramites de la tutela y presentarse para conseguir la adopción. “No tuve tiempo de sentarme a la cama a llorar, ni el duelo pude transitar”.
De a poco, la comunidad de “Viudas del COVID” cruza fronteras, incluso llegó a Colombia y México. Todas están unidas para reivindicar los derechos, enaltecer la memoria de los pares y tratar que la desaparición física no duela tanto.
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