Sep 17, 2021 Multimedios Venus Entretenimiento 0
Con una complicidad natural, terminarán por contarse sus momentos más íntimos y definitivos. El pasado de Jey como catequista, la represión de su identidad, y por qué siente la presencia de su padre, que murió en la misma semana en la que comenzó su Night Show. El chat que comparte la actriz con sus dos ex maridos y la verdad sobre el verano esteño que inspiró “Un vestido y un amor”.
“En un momento yo me levanté. El mantel tenía dibujos de margaritas. Mi marido estaba en Buenos Aires. Y me levanté a buscar una copa de vino, y me dijo: ‘¿Me traés una copa de vino, nena?’ Y dije: ‘Ay, me enamoré, me enamoré’”.
“No buscabas nada”. “No buscaba a nadie y te vi”. Cecilia Roth y Jey Mammon se ríen con ganas sobre el escenario del Coliseo. En ese tono será el ida y vuelta en que se confiarán como nunca antes los momentos que definieron sus vidas: el encuentro con la vocación y la identidad, el dolor por la pérdida reciente de sus padres –Dina Rot murió el año pasado, y el padre de Jey a principios de 2021–, la espiritualidad, la pareja, la infidelidad, la amistad, y el amor después del amor, en una charla en la que la constante serán siempre las risas –entre paréntesis–, pero también la más genuina emoción.
Jey Mammon: —¡Cecilia Roth! ¿Cómo hago para contener el amor que te tengo?
Cecilia Roth: —¡Yo a vos! Sos hermoso.
JM: —¡No me mientas! (risas)
CR: —No, no soy de mentir. (risas)
JM: —No sabemos nada el uno del otro.
CR: —Nada. ¿Cómo es tu nombre? ¿Por qué Jey?
JM: —Juan Martín Rago, como Pablito, pero como me arruinó el apellido, siempre que puedo lo denuncio… (risas). Jey es la jota de Juan, pasa que se escribe con “a”, pero yo lo empecé a escribir con “e”, y cuando venían los graph los corregía. Y Mammon es por una banda de música que tuve que se llamaba así porque era con todos ex alumnos de catequesis, y Mammon es el hijo del diablo, algo que en ese momento tenía un significado para mí, porque me estaba como desprendiendo toda esa parte religiosa, no espiritual. ¿Vos sos Cecilia Roth?
CR: —Rothenberg. Lo corté porque mi mamá era Rot también; mi mamá cantaba, ya no está, el año pasado se fue.
JM: —Este año yo perdí a mi papá. Nunca había perdido a alguien tan cercano.
CR: —Ni yo.
JM: —Lo tengo presente todos los días.
CR: —¿Sabés que a mí me pasa? Estábamos todos cuando mamá se fue, todos alrededor de su cama, en su casa. Vino mi hermano de España, estaba mi papá, yo, mi hijo. Y se fue. Y era como algo sagrado, ¿sabés? Fue un momento sagrado. El dolor estaba, existía, por supuesto. Pero ver ese paso a otro a otro lugar…
JM: —Lo viste.
CR: —Sí. Lo ví, lo viví: ví cómo pasaba a otro plano.
JM: —Yo fui siempre muy escéptico, pero ahora es como que siento que él está. Hay una cosa que me pasaba cuando era chiquito: yo me iba toda la temporada, diciembre, enero y febrero, a Mar del Plata con mi familia. Y como mi papá se iba y venía los fines de semana, me tiraba un panadero, y me decía: “Tirame uno vos, que a mí también me va a llegar, y te lo traigo cuando vuelvo”. Y siempre me traía uno y yo creía que era el mío, como creo hoy que cada vez que aparece un panadero es él. Me ha pasado en el estudio, arriba del piano, que tiene un significado muy fuerte, porque, ¿qué árbol hay en el estudio? No sé cómo te marcó a vos la música.
CR: —Muchísimo. Mi madre cantaba, mi hermano es músico, toda mi familia es música, mis parejas… Bueno, Fito es músico. Pero me cuesta mucho escuchar cantar a mi madre en estos momentos. Me cuesta escuchar la voz de mi madre.
JM: —A mí me costaba ver videos donde estaba él. De hecho, fue increíble, porque yo empecé Los Mammones (el night show que conduce desde enero de este año por América) y mi papá estaba en terapia intensiva, porque estuvo unos cuantos días, lo operaron medio de urgencia… Y siento que me esperó sabés, porque hice tres programas y, encima, jodiendo, ese miércoles dije: “Bueno, el viernes vamos a pasar los mejores momentos de estos cinco primeros programas así festejamos que llegamos a cinco”. Y terminamos pasando lo mejor porque no fui porque él se murió. Yo le hablé mucho cuando se estaba por ir, le dije: “Che, a Estelita la pasé, porque voy a tener mi programa ahora”. Y él se movió todo de una manera que sentí que se ponía alegre. Y también le conté que me había abierto el piano, porque a él, cuando era chico, mi abuelo se lo cerró con llave para que fuera a la facultad.
CR: —¿Por qué? ¿No iba a estudiar si tenía el piano abierto?
JM: —Lo que pasa es que mi papá quería ser músico. Y a la vez siento como que yo me cerré el piano durante toda la vida y ahora me lo abrió él supongo.
CR: —¡Qué maravilla! Y además la sensación que das vos con el piano es que tenés un vínculo de toda la vida, parece que nunca te separaste de él.
JM: —Es que yo cuando era chiquito, tendría cinco años, me senté al piano y me puse a tocar el himno. Y mi mamá me mira tocando el himno y tipo… ahora lo pienso y digo, no habrá sabido qué hacer conmigo.
CR: —Yo trabajaba mucho la voz con mi madre, era una maestra maravillosa. Y ahora estoy trabajando sola con sus ejercicios, y ella está.
JM: —¿Hacés ahora los ejercicios que te daba ella?
CR: —Claro, pero yo los hacía con ella. Y ahora está ahí: son esas milésimas de segundo en que siento que está presente, y son muy fuertes.
JM: —¿Ella murió de Covid?
CR: —Ella tuvo Covid, salió, y viste que no sabemos mucho cómo son estas cosas: a las dos semanas tuvo un ACV, se salvó del ACV, la internaron, y en la clínica se contagió de una bacteria intrahospitalaria, y no hubo manera.
JM: —¿Sabés que me impactó de mi papá? Que el día antes de internarse…
CR: —¿Qué tenía exactamente él?
JM: —El tenía una eventración, que es cuando tenés como la panza hinchada, y siempre le recomendaron no tocar… Ahí también siento que tuvo como 15 o 20 años de changüí, ¿viste? Pero hubo que tocar porque tenía un dolor tremendo, claro, él estaba impecable; y el día anterior a internarse le dijo a mi mamá: “¿Salimos a dar una vuelta en auto?” Y salieron por primera y única vez el día anterior a la internación. Por eso yo le encuentro sentido a todas esas cosas, que antes nada que ver. Antes todo lo veía como casual.
CR: —Es que tenés que estar, ¿viste?
JM: —Totalmente. ¿Vos cómo eras de chiquita? ¿Fuiste a una sola escuela?
CR: —En primaria fui a un colegio muy moderno, con mucho arte; un colegio privado donde lo pasé muy bien y, en el secundario, me mandaron a un colegio público, algo maravillosamente pensado: “Andá al mundo”. Así que fui al Liceo Nº1, un colegio muy politizado, año 73, 74, y tomamos el colegio porque queríamos que cambiaran a los rectores que venían de los milicos. Era un liceo de mujeres, no era mixto en esa época.
JM: —Como el Normal Nº 6, que mamá era rectora. Yo hice toda la primaria ahí y después me mandaron al Guadalupe, colegio privado de varones. Religioso, casi milico: para formar en los actos te tocaba una letra y un número, con distancia, esas cosas.
CR: —¿Sabés es que yo me fui en el 76? Nosotros, toda mi familia, nos fuimos a España el 3 de agosto de 1976.
JM: —¿Se exiliaron por elección?
CR: —Por necesidad. Porque mi padre era socio de Jacobo Timerman en La Opinión, muy progre, donde las firmas eran Juan Gelman, (Horacio) Verbitsky, (Rodolfo) Walsh… Era un diario comprometido con la democracia. Y bueno, tuvimos un episodio en casa: tocaron el timbre, yo estaba durmiendo, eran las ocho de la mañana. Estaban mi padre y mi madre, mi hermano estaba en el colegio, año 75. Mamá cantaba esa noche, y dijeron: “Venimos a dejarle un ramo de flores a la señora Dina Rot”. La empleada les abrió la puerta. Situación espantosa que yo no viví porque nunca me desperté, estaba en mi cuarto, tenía 17 años. A ellos los encerraron en el balcón del cuarto de mis padres con la perra, a la empleada, a mi padre y a mi madre, y se fueron. Y yo empecé a escuchar golpes: “¡Ceci, Ceci!”, y a buscar a dónde estaban. Y primero me hizo gracia que estuvieran metidos en el balcón, hasta que me contaron que los habían amenazado, que se habían llevado cosas, y que les dijeron que la próxima vez “eran boleta”.
JM: —¿Cuánto tiempo estuviste afuera?
CR: —Diez años. Diez años sin venir a Buenos Aires, sin volver.
JM: —¿Y la actriz aparece allá?
CR: —No acá. Antes. Yo terminé el secundario y empecé a estudiar teatro muy seriamente. Siempre estudié danza, baile, empecé con danza-teatro cuando tenía 15 y dije, “Ah, no, lo mío es esto, definitivamente”. No tenía dudas. Yo filmé una película que se llamaba No toquen a la nena, de Juan José Jusid, donde el asistente de dirección era Adolfo Aristaráin. Fue mi primera película: nos hicieron un casting a montones de chicos que estudiábamos teatro, y quedé. Y cuando estaba en Madrid, me llama (Sergio) Renán para hacer otra película, crecer de golpe, ya estábamos exiliados, y mis padres, que estaban locos, dijeron: “Bueno”.
JM: —O sea, nunca te cercenaron las ganas.
CR: —Al contrario, yo creo que me las potenciaron. ¿Y a vos?
JM: —Me acuerdo de un acto en el que armé El Contra, de (Juan Carlos) Calabró. Yo había conocido a María Esther Sánchez, la locutora, que en ese momento hacía Imagen de Radio con (Juan Alberto) Badía y Silvina Chediek; me la crucé leyendo la Biblia en una Iglesia, y me acerqué, no la conocía, y le dije: “¿Vos vendrías al acto de mi colegio como invitada de El Contra?” ¡Y yo ahí tenía 10 años! (risas) Y vino, y lo libreteé, y todos los actos eran eso: armaba cosas histriónicas. Es raro, pero siento que el ser catequista, o ser docente quizás, algo tuvo que ver. Cada vez que me cruzo con ex alumnos tienen buenos recuerdos.
CR: —Es que eras un gran actor como catequista seguro.
JM: —(risas) Y… era verdad, pero no era verdad.
CR: —O era verdad, porque siempre es verdad.
JM: —Sí, yo tenía clases más humanísticas, los juntaba en ronda y hablábamos de eso a lo que ahora se le puso el nombre de bullying pero existe desde que existe el mundo. Entonces, era hablar de sus problemáticas, de sus cosas. Me gustaba involucrarme en la vida de ellos. Y claro, yo estaba ahí en duda entre lo religioso y lo no religioso, después me fui por el lado social. Mi mamá y mi papá eran muy distintos: mi papá muy silencioso, pero muy libre; no hablábamos nada, pero vos no sabés todo lo que me transmitió. Con la música o con gestos, siento que siempre me estaba alentando a ser libre, en todo sentido. Con la sexualidad, lo mismo. Con decirte que nunca hablamos concretamente, porque yo le conté a mi mamá, y me dijo: “A tu papá ya le conté yo”; “Okey, te agradezco” (risas).
CR: —Y te quitaste un peso de encima (risas).
JM: —Y nunca hablamos del tema, salvo, que celebro profundamente, haberle presentado una pareja a él. ¿Sabés qué siento que favoreció en el caso de los dos, de mi papá y de mi mamá, cómo lo tomaron? La aceptación del afuera; o sea, ver tanto cariño, tanto amor, y que entonces pudieron decir: “Ah, no es tan grave”. Pasó un poco eso, porque también son generaciones distintas. Ya que estamos, contame cómo fue la época con Fito, ¿cómo se conocieron?
CR: —Maravillosa época. Yo lo había visto una vez en un programa de (Jorge) Guinzburg cuando estaba con Fabi (Cantilo), y tenía puesta una zapatilla de un color y una de otro, dos flechas (risas), pero de distinto color. Yo vivía en España y nunca lo había escuchado. Nunca.
JM: —¿Pero cuando lo viste no sabías que era él?
CR: —Me interesó como personaje, pero lo escuché recién cuando lo conocí. Es muy gracioso. Y le preguntaron algo de Fabi, y él estuvo tan respetuoso y tan hermoso, porque se habían separado –eso me lo contó él después–, pero él en ese momento no dijo que estaban separados y habló tan hermosamente de ella, que dije: “Wow, ¡qué bueno escuchar a un hombre de hablar así de una pareja”. Y después nos vimos una vez en un bar que se llamaba Bolivia, que era bolichón divino, y lo vi salir de la cocina, y yo entraba con mi novio de ese entonces, con quien después me casé. Yo me casé dos veces y me divorcié dos veces.
JM: —Pero esa noche…
CR: —Esa noche Fito salía de Bolivia mirando para abajo, con la cara como que no estaba bien, y yo tenía ganas de decirle: “Ay, te escuché el otro día”. Tenía interés en él.
JM: —¿Y en ese momento te diste cuenta?
CR: —No, no sabía todavía qué tipo de interés tenía, pero era un interés especial, particular. Y después nos vimos en una fiesta en la que el que nos invitó, (el fotógrafo) Alejandro Kuropatwa, contó: “Cecilia y Gonzalo (Gil) se casan, Cecilia y Gonzalo se casan”. Y ahí estaba Fito, y era bárbaro, porque yo estaba muy enamorada, y tenía ganas de casarme, todo. Y él tenía una camisa blanca, me acuerdo, y nos quedamos hablando un toco. Y después, yo ya casada hacía nueve meses con Gonzalo, un año en José Ignacio, cuando José Ignacio era la nada maravillosa, alquilamos una casa entre un grupo de gente, Ale Kuropatwa y otros amigos más, y entonces hicimos una fiesta de disfraces. Y cayó Fito con dos amigas mías, Divina Gloria y (la vestuarista) Sonia Lifchitz.
JM: —¿Disfrazado de qué Fito?
CR: —Él siempre disfrazado de Fito Páez (risas). Tenía como un pantalón ancho muy veraniego, pero con una chaqueta muy… estaba muy… para mí, yo me quedé como: “Ahh”. Y mi marido estaba en Buenos Aires.
JM: —¡Qué suerte!
CR: —Y yo estaba disfrazada como de deshollinadora, ¡pero sin manchas! (risas) Y nos quedamos hablando muchísimo, estábamos con dos o tres personas más. Y, en un momento, yo me levanté, el mantel tenía dibujos de margaritas.
JM: —¡Noo!
CR: —Claro, y me levanté a buscar una copa de vino, y él me dijo: “¿Me traés una copa de vino, nena?” Y yo dije: “Ay, me enamoré. Me enamoré, me enamoré, me enamoré”. Volví, y dije: “Uy, ¡qué quilombo!”. Volví a la conversación, pero con esa sensación de “qué quilombo, me acaba de pasar algo fuerte”.
JM: —Y ahí sí te diste cuenta.
CR: —¡Sí!
JM: —No buscabas nada…(risas)
CR: —No buscaba a nadie y te vi. (risas) Lo vi. Al día siguiente, a las diez de la mañana, entra la empleada y me dice: “La llaman por teléfono”. ¿Diez de la mañana? ¡Nos habíamos acostado a las cinco! Y él me cantó por teléfono un bolero: “Nosotros…”. Y me invitó al cine a la noche.
JM: —¿Y vos seguías con…?
CR: —¡Yo estaba casada, mi marido estaba en Buenos Aires!
JM: —¿Y la prensa allá qué onda?
CR: —No, no, José Ignacio, la nada, no había nadie en José Ignacio. Y yo fui con una amiga. Y al día siguiente hubo un asado, y después se fueron todos a un boliche y nosotros nos quedamos en la casa.
JM: —Claro, ¡para siempre!
CR: —No, él estaba en una posada. Y yo iba a la posada y volvía antes de las 7 de la mañana por la playa. Esto no lo conté nunca, te lo estoy contando a vos porque no hay nadie acá (risas). Y volvía por la playa y el chiste era: “Ay, vuelvo por los prados”, y entonces me metía en la cama antes de que se despertaran todos, pero todos sabían, era un desastre…
JM: —Pero bueno, amor, amor a full.
CR: —Sí, fue muy fuerte. Y llegué a Buenos Aires a contarle a mi marido que me había enamorado.
JM: ––¿Y cómo fue eso? ¿Fuerte, no?
CR: —Y cometió una grave torpeza él. Fito tenía dos coristas en el grupo, ¡mirá lo que te estoy contando! Bueno, tenía dos coristas, y una de ellas, no importa quién, Gonzalo cuando yo le cuento: “Me pasó esto”, me dice: “Seguro que te contó que yo estaba con…”.
JM: —¡Nooo! ¡Nadie te preguntó! Bueno, te la hizo fácil…
CR: —¿Qué? ¡Hacía un año! Lo sabía todo el mundo.
JM: —Pero él no estaba con vos en ese momento.
CR: —¡Si! Y después me enteré que me había cagado con todo el mundo, ¿entendés? Con todo el mundo no, pero hasta una amiga mía lo sabía y nunca me lo dijo. “Bueno, está clarísimo, quedate con ella”.
JM: —¿Y se quedó con ella?
CR: —¡No! (risas) Al día siguiente se separaron.
JM: —Le salió todo mal a él. (carcajadas)
CR: —No, le salió todo bien después…
JM: —Y ahora son amigos.
CR: —Somos íntimos amigos, hermanos del alma. El vive en Londres, se casó, tiene dos hijos mellizos. Lo amo, ¡y son muy amigos Fito y él!
JM: —¿Quée? (risas)
CR: —¡Íntimos! Tengo el chat de amigos donde están ellos dos. ¿Y vos? ¿Cómo fue que te diste cuenta de que te gustaban los chicos pero de otra manera?
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